El Real Madrid hizo buenos los pronósticos y se volvió a imponer al Málaga en La Rosaleda para proclamarse cuartofinalista de Copa. El gol de Benzema, con la inestimable colaboración de Caballero, pone al vigente campeón de Copa en la próxima ronda del torneo del KO. Con total probabilidad se medirá al Barcelona con una palabra en la mente del madridismo: venganza.
Los blancos sobaban el cuero de lado a lado. Se podían contar por minutos consecutivos las posesiones de pelota de los hombres de Mourinho. Eso sí, el Málaga vivía agazapado esperando cualquier mínimo error para pegar la dentellada al marco de Casillas. Fue el Madrid menos reconocible del estilo Mourinho, pues el contragolpe tenía espacio en el juego, y el que se apropiaba del mismo era el Málaga. Tanto Casillas como Caballero eran dos espectadores de butaca VIP.
Sólo con la cercanía del descanso llegaron los primeros conatos de oportunidad de gol. Primero fue Khedira el que encontró el guante del portero local en un remate forzado dentro del área que le costó marcharse al vestuario lesionado por entrada deSergio Sánchez. Alguno pidió penalti en esa acción. Y a renglón seguido fue Sergio Ramos el que afeó un cabezazo en falta ensayada por culpa de su propio hombro. Rozó el palo. Le faltó un suspiro.
En el enésimo ataque de los blancos en el segundo tiempo, ya conBenzema sobre la hierba, el Madrid hizo diana. Lo hizo cuando menos se esperaba por el remate de Karim. La postura para impactar con el balón era buena. La colocación del cuerpo también. Sin embargo, el disparo no fue el mejor de su carrera, centrado y a las manos del portero. Nadie podía esperar a Caballero pasara de héroe a villano con tanta facilidad y en tan poco tiempo. Lo hizo. Como si tuviera las manoplas impregnadas en aceite la pelota se le resbaló bajó su cuerpo y acabó mansamente en el fondo de la red. Igual el cuero llevaba una sonrisa bordada pensando en el clásico que se avecinaba. Ahí ya sí que murió el Málaga.
El 0-1 dio al traste con cualquier conato de esperanza para los locales. El Madrid se limitó a controlar todavía más el partido. Ahí apareció un lunar, la expulsión de Arbeloa en un encontronazo con Monreal. La cara de Mourinho al ver la roja para su jugador no fue la de un entrenador clasificado para cuartos, más bien todo lo contrario. Pese a todo, el Real Madrid supo aguantar balón y marcador para meterse sin grandes agobios en unos cuartos coperos que depararán, salvo que Osasuna obre un milagro, un nuevo partido entre blancos y azulgranas. El madridismo sólo masca una palabra: venganza.
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